Ana Santisteban une arte e investigación escénica para abrir nuevas perspectivas en la guitarra clásica.
BRUSELAS/CUENCA, 13 de julio.
Ana Santisteban, nacida en Cuenca en 1990, ha encontrado su hogar en Bruselas tras culminar su formación académica. Actualmente, se dedica a la enseñanza y a la investigación de innovadoras aproximaciones al mundo de la guitarra clásica, con el firme propósito de transmitir su pasión por este instrumento a jóvenes artistas. Desde que empezó a tocar la guitarra a los ocho años, su objetivo ha sido crear experiencias sensoriales únicas a través de la música.
La travesía musical de Ana comenzó en Cuenca, donde encontró limitadas las oportunidades de educación superior. En busca de mejorar sus habilidades, se trasladó a Murcia, donde profundizó en su formación. "Sabía que tenía que continuar mi camino", confesó en una reciente entrevista, llevada a cabo en el Parque del Cincuentenario de Bruselas.
Sin embargo, su ambición la llevó más allá de las fronteras españolas. Al mirar hacia el resto de Europa, encontró en Bruselas, la capital europea, la oportunidad perfecta para continuar su desarrollo bajo la tutela de la profesora Antigoni Goni, una referencia en el ámbito de la guitarra clásica.
Dos años más tarde, completó su ciclo académico en Maastricht y, paralelamente, comenzó a dar clases en Bruselas. Esta experiencia le ha permitido estabilizarse en la ciudad, aunque regresa periódicamente a Cuenca para mantener el vínculo con sus raíces.
La rutina de Ana se llena de clases, entrenamientos, aprendizaje de idiomas y preparación de conciertos, donde la enseñanza juega un papel central. "Obtener conocimiento de mis alumnos es muy enriquecedor. Disfruto ayudar a otros a desarrollarse como intérpretes", expresa con entusiasmo.
Su amor por la música se remonta a su infancia, cuando recibió su primera guitarra como regalo de Primera Comunión. Aunque su entorno familiar no era particularmente musical, la fascinación por la guitarra siempre la acompañó, influenciada por los veranos en Cádiz con su tía, donde el sonido de las cuerdas dejó una profunda huella en ella.
La formación de Ana continuó enriqueciéndose, a pesar de las dudas que enfrentó durante el Bachillerato. Fue el profesor José Mota quien le dio el empujón necesario para no abandonar la guitarra, animándola a seguir su pasión.
Hoy en día, Santisteban ofrece un espectáculo único que fusiona música, narración y aromas. Este proyecto busca “contar historias a través de la música y la olfacción”, con cada obra acompañada de un aroma específico que refleje su contexto histórico.
Su repertorio incluye cinco piezas, cada una presentada con un aroma diseñado para evocar la época en que fueron compuestas, lo que facilita una conexión más profunda con el público. Por ejemplo, al interpretar "Invocación y danza" de Joaquín Rodrigo, que rinde homenaje a Manuel de Falla, utiliza aromas como romero, incienso y albahaca para enriquecer la experiencia.
La visión de Ana es ofrecer al público una experiencia inmersiva, en la que el sonido y el olfato se combinen, permitiendo así un viaje en el tiempo a través del arte. Defiende que los músicos deben innovar en sus presentaciones, y que el antiguo formato de conciertos donde solo se escucha y aplaude ya no es suficiente.
Con esta filosofía, sugiere que es fundamental dejar volar la imaginación para atraer a las nuevas generaciones. Su objetivo es que el público salga de sus conciertos deseando saber más sobre la música que ha experimentado.
En su constante búsqueda de nuevas ideas, Ana considera la posibilidad de colaborar con artistas de otras disciplinas, como la pintura o la danza, enriqueciéndose así con diferentes formas de arte. Asimismo, está abierta a incorporar elementos visuales como juegos de luces para complementar sus obras, siempre con la intención de estimular la imaginación del espectador.
En cuanto al impacto de la Inteligencia Artificial, Ana se muestra optimista y firme al decir que la autenticidad de la experiencia musical en vivo es insustituible: "Lo que se vive en un concierto no puede compararse a un vídeo. En el escenario hay comunicación directa, una conexión que no se puede replicar".
Aprovecha también para reflexionar sobre la desconexión de la sociedad con la música, señalando que es complicado valorar el rol del músico. Sin embargo, su deseo de acercar a las personas a la música la motiva a seguir adelante, convencida de que la educación musical puede cambiar la percepción y apreciación del arte.
Ana reafirma que siempre hay más por descubrir dentro de la música clásica, que aunque pueda parecer como un ámbito reservado a unos pocos, puede ser accesible y transformador para cualquiera que se adentre en él.
A pesar de los retos, mantiene la esperanza de que las generaciones futuras continuarán mostrando interés por la música, y apela a todos los involucrados en el ámbito cultural a contribuir para que esto sea posible.
Finalmente, Ana quiere que cada uno de sus alumnos se sienta comprendido y apoyado en su proceso creativo, buscando siempre extraer lo mejor de su talento para que la música y su enseñanza continúen floreciendo en el futuro.
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